Sinopsis
En el título de este artículo hay una elipsis que tiene su historia. La palabra «Narratividad» sustituye, a la palabra «Revolución». Marc Zuckerberg, para dar un ejemplo, sustituye a León Trotsky. La narración se muere, nacen las narrativas. Esta muerte muchas veces anunciada, cuyo origen más reciente es posible rastrear en el filósofo surcoreano Byung Chul Han, funciona como disparador para exponer, en un artículo ensayístico, algunas voces que hablan también sobre la narratividad y, más particularmente, sobre su principal vehículo: el proceso de producción de la significación. Ferdinand de Saussure y Louis Trolle Hjemslev son vistos y visitados por el dúo de filósofos malditos Gilles Deleuze y Felix Guattari. Se suma, desde la Oruro de 1967, la voz germánica de Gunther Kusch, un egresado de Filosofía y Letras de la UBA, exiliado durante muchos años de la academia, y recuperado hoy por ella. Discreta, buscando siempre organizar un proyecto científico, se cuela la voz del lituano Alcirdas Julien Greimas, fundador de la Escuela de Paris. Entre esas voces, aspirando a ser confundida con las de esos seres a los que refiero, hablo yo. Poniendo un acento aquí, estimulando la indagación allá. Proponiendo, en fin, dejar de navegar tanto y retomar, al menos por un tiempo, el camino de la lectura. Para después, en todo caso, jugar a la guerra como oficiales preparados.
Palabras clave: Narratología, Filosofía del Lenguaje.
Exordio Ecos. Me llegan. Ecos. Algo acerca del fin de la narración. Por YouTube vi un video acerca de la muerte de la narratividad. Con animaciones y narrador off. Ahora soy yo el que te lo estoy contando, algo acerca de Byung Chul Han, un filósofo surcoreano. El asunto este de la postnarratividad y de los chismes que se cuentan sobre todas esas cosas.
Deleuze y Guattari (2002) dicen algo parecido a que la narratividad es un estado perenne tanto de la cultura como de la naturaleza. Y plantean una distinción entre Saussure y Hjemslev, o -con más precisión- entre la dualidad significante/significado respecto de la dualidad forma de la expresión/forma del contenido.
Ahora bien, las formas de contenido y las formas de expresión son eminentemente relativas y siempre están en estado de presuposición recíproca; mantienen entre sus segmentos respectivos relaciones
Deleuze, G y Guattari, F. (2002: 71)
biunívocas, exteriores y «diformes»; nunca hay conformidad entre las dos, ni de la una a la otra, sino que siempre hay independencia y distinciones reales; para ajustar una de las formas a la otra, y para determinar las relaciones, se necesita incluso un agenciamiento específico variable. Ninguna de estas características conviene a la relación significante-significado. Incluso si algunas parecen tener con él una especie de coincidencia parcial o accidental, el conjunto de ellas se opone radicalmente a la imagen del significante. Una forma de contenido no es un significado, como tampoco una forma de expresión es un significante. Y esto es válido para todos los estratos, incluso para aquellos en los que interviene el lenguaje.
La naturaleza, si así queremos llamarla, es narrativa.
Por eso Hjelmslev, a pesar de sus propias reservas y sus dudas, nos parece el único lingüista que rompe realmente con el significante y el significado. Mucho más que otros lingüistas que parecen hacer esta ruptura deliberadamente, sin reserva, pero conservando los presupuestos implícitos del significante.
Deleuze, G y Guattari, F. (2002:80)
Para mí la forma que hoy toma la narratividad en la cultura humana es una forma abierta y sin inicio. Es la forma del no nacimiento en un tiempo que no es cíclico, pero que tampoco es lineal. El consumidor extático que construyó el mercado, sin memoria, no imagina proyectos.

Esquema realizado a partir de una ilustración original del autor (Fondo Rodolfo Kusch – Archivo de Biblioteca UNTREF, s.f.)
Precisando y acotando: La forma que toma la narratividad hoy es -para mí- horizontal e indeterminada, con sus cuatro rumbos canónicos en un paisaje de llanura. No es la forma jerárquica y vertical del tres: inicio, desarrollo, fin.
El paisaje es siempre un espacio escénico. Es soporte de significantes y es, como soporte, otro significante más. Nuestro tiempo, el compartido, se nos fue transformando, como de a poco, en una navegación alienada por un paisaje digital, por ese espacio doblemente culturalizado, sobredeterminado por el mercado y por sus pantallas. Con el soporte de la mediación digital, el mercado ha logrado construir -en ese espacio- nuestro nicho habitable, nuestra «zona de confort».
Pero nuestra experiencia, del otro lado de ese relato corporativo, es la de una quietud aletargada. El tiempo se nos hizo, por una especie de hechicería, un hueco triste en ese espacio. Ese tiempo, que dejó de ser lineal, y que todavía no asoma al concepto de lo cíclico, es, en el colectivo social, el tiempo de la actualidad permanente: un tiempo que no está vivo. Sin eufemismos: es un tiempo muerto. Y, como la actualidad es una construcción narrativa, el tiempo es el producto de una narratividad que se renueva permanentemente para permanecer siempre igual a sí misma. ¿Resultado? Al tiempo, a ese gran maestro, lo hemos transformado en un perenne murmullo de memes y emoticones.

Exposición ¿Si siempre estamos jugando quién le pone el nombre al juego? Allí comienza el saber, diría el chamán de la tribu.
Forma. La forma es siempre una maestra. La forma, en el lenguaje, es el lujo que nos damos los pobres. La forma que inicia la trayectoria hacia el símbolo. La forma que significa y produce sentido. Un sentido simbólico. Y el símbolo, que habita siempre en el mito.
La narratividad permanente no tiene principio ni fin. Al ser abierta e indeterminada es el sujeto el único que la navega, solitario. Aquello que Greimas (1990: 23) llama sintaxis narrativa queda en todos los niveles (el profundo o fundamental, el semionarrativo o el discursivo) en manos del lector que, ahora, empoderado, tiene conductas de navegante. Pero que en muchos casos no es un navegante, es decir, no es piloto de su propia navegación.
La lectura misma se ha vuelto navegación. Esa navegación, mediante marcadores e hipervínculos, nos coloca en el rol de pilotos, de kybernetikos. Nos debemos equipar, entonces, con las mínimas herramientas para conducir nuestra propia derrota marinera: embarcación, velas, timón, brújula y sextante. Y conocimientos generales acerca de la navegación, claro. No alcanza con guiarnos por un GPS.
¿Qué pasa si no tenemos ni ese conocimiento ni ese equipamiento? Nos convertimos en náufragos, ignorantes incluso de serlo. Navegantes sin brújula, sin instrumentos, sin conocimiento.
Nuestros lugares, son al mismo tiempo soporte1 y espacio. Navegamos nuestro propio paisaje y estamos atentos a las variaciones de su clima. No leemos al otro, navegamos en nuestro propio soliloquio.
Navegar nos hace existir. Comparto, luego existo, titulaba mi hija Violeta a una investigación para la secundaria. El mar es el soporte del que lo navega. El yo enuncivo que fabrico es el soporte de las emociones que considero mías. De aquello que me gusta, me encanta, me enfada, me entristece. Cada quien, cada persona, genera su propio plano de inmanencia de la narratividad, estudia sus propias cartas de navegación, inscribe su derrota en su propia bitácora. Y lo curioso es que nadie se equivoca, claro, nadie se puede equivocar.
Para no alienarnos a ese procedimiento de manipulación hay que actuar y hay que saber. Así, como lo hacemos con la figura respecto del fondo, también debemos realizar una distinción del cuadro respecto del soporte. Es que siempre estamos creando una gestalt narrativa. Para meternos en ella. Y volverla nuestra totalidad.
En mi caso, por ejemplo, yo escenifico a la ficción como una peste que ya está completamente esparcida. La ficción es, para mí, en este momento, una peste esparcida por todo el colectivo social. El colectivo social está enfermo -me digo- de ficción. Y cuando la ficción se desparrama, es el fin de todas las metáforas.
En un espacio en el que la ficción ocupa todos los lugares de producción de sentido no puede haber teatro. No queda nadie ya, que sea capaz de dialogar con sus ficciones, de objetivarlas.
Perorata Si todo lo que percibimos es ficción, ya no percibo más: sentimos, representamos, significamos. Y si dejamos de significar es por aturdimiento. Por una especie de impotencia a partir de la cual caemos en un impulso ciego como si fuera en el conocimiento. En las iglesias. En los partidos. En el fútbol. En «la» política. En la academia. En la música electrónica, en su ritual extático. En una pulsación sin deseo.
No percibimos para representar. Representamos primero, y después, solo después, nos detenemos a percibir, como si fuera a degustar, a procesar esa percepción como goce estético. Esa actividad, típica de las audiencias y de los públicos, es una acción productiva cuyo resultado se consuma y se consume en el mercado. La renta, claro, se la lleva el dueño del capital invertido. Por nuestra parte estamos conformes, es el precio que pagamos por obtener sin mediaciones la mercancía lenguaje, el lenguaje hecho mercancía ¿Para qué mirar la letra chica? Queda un problema, como siempre, y es que cuando el lenguaje se hace mercancía, entonces el léxico se achica. Al final quedan dos palabras: compro, vendo.
Una vuelta espiralada de la forma natural a la forma cultural. Mientras la forma natural emerge del caos buscando un nombre, la forma cultural está hecha toda de lenguaje. La forma cultural no se percibe, se siente. La forma cultural produce sentido sin la mediación de la percepción. En las audiencias, en particular en los públicos, ese sentido es instalado como sensación social. A cambio de nuestro entusiasmo lúdico, la máquina capitalista y su Estado consorte nos provocan o seducen con estímulos gregarios: soy yo, con mi comunidad de sentido, el que acopla sus conductas a las sensaciones sociales.
Si hay inseguridad, habrá que aplaudir que la policía nos mate por la espalda. Felicidades.
Referencias
Deleuze, G., & Guattari, F. (2002). Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia (5. ed). Pre-Textos. http://www.medicinayarte.com/img/deleuze_mil_mesetas_capitalismo_esquizofrenia_deleuze_guattari.pdf
Greimas, A. J., & Courtés, J. (1990). Semiótica: Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. 1: … (Reimpr, Vol. 1). Ed. Gredos.
Fondo Rodolfo Kusch – Archivo de Biblioteca UNTREF. (s.f.). Recuperado el 25 de diciembre, 2023 de https://archivobiblioteca.untref.edu.ar/index.php/fondo-rodolfo-kusch;isad
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